¿Alguna vez ha sentido que al cruzar una esquina, al entrar en algún lugar, un aroma especial le hacía revivir intensamente su pasado?
Algunos
expertos consideran que el olfato es, de nuestros cinco sentidos, el
menos comprendido. Platón opinaba que, comparado con la vista o el
oído, “el género de los placeres relativos a los olores es menos
divino”.
Desde
el punto de vista químico, la olfacción se inicia con la
interacción entre las moléculas odorantes y los receptores. El
olfato es en parte analítico, como la audición, y se genera como
consecuencia de un aprendizaje (por ello, los catadores de vino
aprenden a identificar los distintos componentes que contienen los
ricos caldos). También posee, como la vista, un carácter sintético.
El ojo integra toques de color cercanos unos de otros para obtener
una visión de conjunto. De igual modo, el olfato percibe un olor de
conjunto, aunque debidamente adiestrado identifique algunos de sus
componentes.
Podemos
apreciar asimismo un aspecto hedonista en el olfato… fácilmente
vinculado al placer o la aversión, sobre todo en cuanto a la comida
se refiere. Este sería un rasgo desarrollado, según Darwin, por la
evolución para sobrevivir ante alimentos en mal estado.
Y
otro aspecto importante es la saturación, característica que
consigue que pasado un tiempo soportemos olores fuertes, al dejar de
sentirlos con la misma intensidad, ya que nuestros receptores nasales
se desconectan del cerebro y ya no le envían información.
Pero
volvamos al poder de rememorar que tienen nuestras narices. Igual que
el ojo y el oído, la nariz asegura que sus percepciones son
memorizadas.
Nosotros
guardamos, amando o aborreciendo, recuerdos de olores y perfumes. Los
lugares tienen olores. Algunos de ellos nos retrotraen al pasado:
olores cotidianos como el del café, perfumes que evocan algún
recuerdo, olores de la infancia, sábanas perfumadas, hay otros que
identificamos con momentos cruciales o traumáticos… y que ya
siempre acompañarán determinado recuerdo. El olor de un lugar
tiene, pues, una gran fuerza de referencia.
La
desmemoria en el caso de la vista y el oído es muy parecida; tras
unos días, puede no resultar fácil reconocer algo visto u oído.
El
olfato refuerza poderosamente la memoria. Los recuerdos de olores
tienen un tiempo de vida más largo que las imágenes o los sonidos.
Y esto se debe a que el olfato es nuestro sistema sensorial más
primitivo y es el único conectado con el sistema límbico de forma
directa, con la amígdala y el hipocampo. La primera es la madre de
nuestras emociones y el segundo el motor de nuestra memoria. Los
recuerdos asociados a olores no lo son tanto a hechos o
acontecimientos, sino a emociones que estos pueden haber provocado.
La
nariz es asimismo sensible tanto a los olores que inhala como a los
que provienen de la boca. Por ello podemos decir que los sabores, en
buena medida, son olores. Kant afirmaba que el olfato es como un
gusto a distancia.
Pero
no será lo mismo ver una magdalena en una estantería que percibir
su olor y sabor tras mojarla en el café. Y, si no, recordemos a
Proust. El escritor recreó una escena en su novela En busca del
tiempo perdido en la que, al mojar una magdalena en té, su sabor y
olor le devolvieron recuerdos de una infancia que creía enterrados.
Este atributo fisiológico del olfato se llamó el efecto Proust,
en honor al francés.
“En
cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que
mi tía me daba…apareció la vieja casa gris con fachada a la
calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a
ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica
principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese
truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces;
y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la
vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de
almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos
que seguíamos cuando hacía buen tiempo… así ahora todas las
flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las
ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas
chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso,
pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi
taza de té.”
Gracias
al efecto Proust, se llevaron a cabo muchas investigaciones, y en una
de ellas se pudo comprobar como olores
como el del anís, traen a la memoria de algunas personas el recuerdo
de sus abuelos ya que así es como olían los caramelos que estos
tomaban. El olor de especias como el orégano o la albahaca, trajeron
a la mente el momento en que otros aprendieron a cocinar. El aroma de
la canela evocó a muchos el delicioso recuerdo de su postre
favorito: las natillas y, el del pimentón, el recuerdo de las
matanzas que se hacen en su pueblo.
¡Ahora
ya sabes por qué los olores tienen recuerdos!.
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