martes, 31 de diciembre de 2013

Olores con Recuerdo

¿Alguna vez ha sentido que al cruzar una esquina, al entrar en algún lugar, un aroma especial le hacía revivir intensamente su pasado?


Algunos expertos consideran que el olfato es, de nuestros cinco sentidos, el menos comprendido. Platón opinaba que, comparado con la vista o el oído, “el género de los placeres relativos a los olores es menos divino”.

Desde el punto de vista químico, la olfacción se inicia con la interacción entre las moléculas odorantes y los receptores. El olfato es en parte analítico, como la audición, y se genera como consecuencia de un aprendizaje (por ello, los catadores de vino aprenden a identificar los distintos componentes que contienen los ricos caldos). También posee, como la vista, un carácter sintético. El ojo integra toques de color cercanos unos de otros para obtener una visión de conjunto. De igual modo, el olfato percibe un olor de conjunto, aunque debidamente adiestrado identifique algunos de sus componentes.

Podemos apreciar asimismo un aspecto hedonista en el olfato… fácilmente vinculado al placer o la aversión, sobre todo en cuanto a la comida se refiere. Este sería un rasgo desarrollado, según Darwin, por la evolución para sobrevivir ante alimentos en mal estado.

Y otro aspecto importante es la saturación, característica que consigue que pasado un tiempo soportemos olores fuertes, al dejar de sentirlos con la misma intensidad, ya que nuestros receptores nasales se desconectan del cerebro y ya no le envían información.

Pero volvamos al poder de rememorar que tienen nuestras narices. Igual que el ojo y el oído, la nariz asegura que sus percepciones son memorizadas.

Nosotros guardamos, amando o aborreciendo, recuerdos de olores y perfumes. Los lugares tienen olores. Algunos de ellos nos retrotraen al pasado: olores cotidianos como el del café, perfumes que evocan algún recuerdo, olores de la infancia, sábanas perfumadas, hay otros que identificamos con momentos cruciales o traumáticos… y que ya siempre acompañarán determinado recuerdo. El olor de un lugar tiene, pues, una gran fuerza de referencia.

La desmemoria en el caso de la vista y el oído es muy parecida; tras unos días, puede no resultar fácil reconocer algo visto u oído.

El olfato refuerza poderosamente la memoria. Los recuerdos de olores tienen un tiempo de vida más largo que las imágenes o los sonidos. Y esto se debe a que el olfato es nuestro sistema sensorial más primitivo y es el único conectado con el sistema límbico de forma directa, con la amígdala y el hipocampo. La primera es la madre de nuestras emociones y el segundo el motor de nuestra memoria. Los recuerdos asociados a olores no lo son tanto a hechos o acontecimientos, sino a emociones que estos pueden haber provocado.

La nariz es asimismo sensible tanto a los olores que inhala como a los que provienen de la boca. Por ello podemos decir que los sabores, en buena medida, son olores. Kant afirmaba que el olfato es como un gusto a distancia.

Pero no será lo mismo ver una magdalena en una estantería que percibir su olor y sabor tras mojarla en el café. Y, si no, recordemos a Proust. El escritor recreó una escena en su novela En busca del tiempo perdido en la que, al mojar una magdalena en té, su sabor y olor le devolvieron recuerdos de una infancia que creía enterrados. Este atributo fisiológico del olfato se llamó el efecto Proust, en honor al francés.

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba…apareció la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo… así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.”

Gracias al efecto Proust, se llevaron a cabo muchas investigaciones, y en una de ellas se pudo comprobar como olores como el del anís, traen a la memoria de algunas personas el recuerdo de sus abuelos ya que así es como olían los caramelos que estos tomaban. El olor de especias como el orégano o la albahaca, trajeron a la mente el momento en que otros aprendieron a cocinar. El aroma de la canela evocó a muchos el delicioso recuerdo de su postre favorito: las natillas y, el del pimentón, el recuerdo de las matanzas que se hacen en su pueblo.




¡Ahora ya sabes por qué los olores tienen recuerdos!.

No hay comentarios:

Publicar un comentario